miércoles, 25 de noviembre de 2009

El frío, frío, frío.... INVIERNO.

FÁBULA DE INVIERNO: BLANCA NAVIDAD PARA LA REINA BLANCA.

Ésta iba a ser una navidad diferente. Cerrioide, el viejo roble, había despertado: sus ramas como brazos acunaban la noche. Ella, la araña, se desperezaba entre sus rugosas entrañas, afilándose las patas en la oscura corteza. Todo el bosque aguardaba expectante, atento al inesperado bostezo de los durmientes, mientras en los campos, la tierra exhausta tras la cosecha se sacudía la escarcha con el sol del mediodía. Entonces ocurrió, fue apenas un instante: Capricornio lució en su cenit y, tras el solsticio, una sombra entró en el bosque. –Ven –dijo- ven –acariciándose el cabello enmarañado. Y la tejedora estiró las garras, arrastró su cuerpo a través de la penumbra y descendió por la vieja corteza hasta anidar en su cuello. Allí bostezó Ella, la araña, antes de recuperar el sueño. Con la primera estrella despertó la araña de su letargo y penetró la melena de sombra. Extendiendo sus afiladas agujas comenzó a trenzar la despeinada cabellera. Hilo sobre pelo, ris ras. Pelo sobre hilo, zas zas. Así tejía la noche, tiñendo de encajes el silencio. Así hilaba un tapiz de ojos, nariz y labios; brazos, codos y manos; cuello, hombros y pechos; caderas, rodillas y tobillos; hasta que la sombra quedó cubierta de seda blanca. Entonces la Reina sonrió, recién formada, y acarició dulcemente las peludas patas. –Aquí –dijo– aquí –dibujando en el aire el perfil de una delicada capa. Y la tejedora levantó sus agujas entumecidas, trepó por la blanca espalda y comenzó su danza de seda y sombra para tejer el manto. Mientras Ella cosía el velo, bailaba la Reina al son del aguijón helado. Ris ras, así iban dejando sus pies huellas de escarcha sobre la tierra. Zas zas, así iba cayendo su risa como cristales de hielo sobre las secas ramas. Allí donde ponía sus dedos, todo se congelaba. Al fin la capa estuvo terminada y la negra coraza de la araña relució inerte sobre la cabellera blanca. –Qué hermosa joya -murmuró, cubriéndose con la telaraña. Y tomando el ópalo entre sus dedos, le enarcó las patas y lo clavó en su pecho para prender el manto. Una gota de sombra manó de la herida y resbaló hasta la palma de su mano. Acercándola a sus labios le cantó tiernamente, y su aliento se deslizó a través de la noche hasta arrullarla entre las raíces del roble. Y así, un año más, al cerrarse la noche, Cerrioide acunó en su seno el germen del invierno, y la Nieve reanudó su danza bajo las estrellas, deshilachando su manto sobre las piedras, cubriendo de jirones las ramas. Así debía ser: blanco sobre la tierra negra. Así debía ser: blanca navidad para la Reina Blanca.

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